Era de esas personas que nunca encajaba. Desde casi que tengo recuerdo me costaba mucho encajar con las normas sociales, sentía que había algo diferente en mí, y lo peor de todo, pensaba que algo en mí estaba mal.

Aprendí a sobrevivir. Vivía enfadada y cansada, además era de las que pensaba que siempre tenía razón y los demás estaban equivocados.

Vivía llenando siempre mi agenda para no dejar un solo hueco vacío en el que tuviera que lidiar conmigo misma. No sabía escucharme. No me entendía. Y lo que me decía a mí misma tampoco me gustaba

Hasta que un día fue Athos, mi primer caballo, el que a la fuerza me hizo parar y pasar muchas horas a solas conmigo misma. Yo por entonces no lo sabía, pero Athos, un caballo pura raza árabe rojizo como el desierto al atardecer, había llegado para cambiarme la forma de estar en el mundo.

Me di cuenta de que no era invencible, ni era yo contra el mundo. Y que si quería volver a caminar primero, y a montar después, necesitaba conocer a la gran desconocida: yo misma; para después empezar a cambiar mi forma de estar en el mundo y mis relaciones con los demás.

Durante mi rehabilitación comencé a estudiar, leer, investigar, de forma totalmente obsesiva sobre caballos. Cuando empecé a poder caminar, aún con muletas, comencé a relacionarme y trabajar con caballos pie a tierra. A poner en práctica nuevos conocimientos de Doma Natural, etología equina, el coaching y otras disciplinas.

Hoy soy mejor persona.

Estoy agradecida a los caballos por haberme cambiado la vida.